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La nostalgia de Aznar: de la indignación a la postpopmodernidad

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Cartel de una pinchada pop en plena era Aznar


Si hace dos años pensábamos que el agravamiento de la crisis podría traer un estallido social mayor y a mayor represión mayor reacción, en el presente nos damos de que este estrangulamiento puede ir desactivando poco a poco en una lenta agonía los mecanismos de respuesta social a causa de un desengaño generalizado en las esperanzas de transformación

Si ayer salían unos mensajes de movil en los que se comprometía la honorabilidad del presidente del gobierno y Rajoy como respuesta lo único que tiene que decir es que lo más importante es no dañar la estabilidad institucional para no fastidiar la recuperación económica, tenemos un totalitarismo de nuevo cuño, "el prágmático" que es al que la mayor parte de la sociedad está aceptando por miedo a que las cosas vayan a peor que la corrupción tiene que existir y que incluso es peor perseguirla, algo que nos resultaría patético en otras épocas, pero hoy en día simplemente es un mal menor. La situación se acerca a ese refrán castellano "madrecita, madrecita, que me dejen como estoy", la paz social se compra con el miedo a no acabar en un caos que nos aleje de un estado anterior de bienestar. En el fondo la mayoría de la población alberga la esperanza en un futuro en el que las aguas vuelvan a su cauce sea a costa de implantar cientos de Eurovegas o de que se cree una nueva burbuja de la clase que sea.



Las posibilidad de un cambio radical va quedando de nuevo en manos de las minorías clásicas: comunistas, anarquistas e incluso fascistas de toda la vida. Los que se llaman a sí mismos demócratas han conseguido salvar el sistema justificando todas sus virtudes basándose en esa idea de que hay que hacer lo que hay que hacer y que eso es inevitable seas de derechas o de izquierdas.  Esto se soporta conceptualmente en un pensamiento "posmoderno" en el sentido peyorativo del término; es decir:  todo es lo mismo, todo vale, no hay ningún compromiso que valga la pena, seamos hipercríticos de lo banal, seamos políticamente incorrectos para reirnos de los principios sólidos y nunca para criticar seriamente nada.

La postpopmodernidad es una consecuencia de esto, la incapacidad para entender lo trágico de la existencia humana, la afirmación de que todo es mentira, el "qué más dá".
Llevamos muchos años, desde mediados de los 90 en los que a varias generaciones se les ha ido adoctrinando en este paradigma y durante años todo funcionó bien, parecía que una juventud como la que se ha reflejado en Gran Hermano o Gandia Shore no implicaría decadencia y pena, sino algo gracioso y simpático,  una manera de adiestranos en un mundo en el que seríamos mano de obra barata para tomarnos la basura con positividad, sin malas caras, con alegría torera. Al fin y al cabo los espabilados se estaban forrando y la tontería nos daba muchos beneficios a largo plazo.

Lo peor de todo es que comience a haber una especie de nostalgia de todo eso, como si un mirar hacia otro lado y una afirmación del tipo "España va bien" fuese la varita mágica para que todo vuelva al cauce de la normalidad y al desenfado. La postpopmodernidad es el riesgo de una relajación crítica que nos puede llevar a la aceptación de lo inaceptable a cambio de un poco de estabilidad y que esto justifique una impunidad total de nuestros gobernantes durante años y años.





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