Después de una década de revivals ininterrumpidos con excepciones no tan innovadoras como parecían en un primer momento como el dubstep, el siglo XXI no puede presentarse más conservador. Parece como si no se pretendiese crear ningún sonido nuevo que rompa con lo anterior, precisamente cuando es más fácil hacerlo por la abundancia de tecnología a nuestra disposición. ¿Tal vez esa es la causa de nuestro escaso interés por la innovación? Se ha pasado de una época de exaltación del futuro y de la tecnología a la reivindicación del cassette o del vinilo, el sonido garaje y la copia obsesiva de sonidos arcaicos. El desprecio al futuro es casi patológico
¿Pero realmente hay necesidad de innovar, de romper las formas y empezar con algo completamente de cero, tal y como se pretendió en momentos como la psicodelia, el kraut, o la no wave?
Una de las razónes por las que parece que una ruptura estética no es necesaria o que incluso es conservadora, es la aceptación del discurso de la ruptura por la gran clase media. Hoy en día la ruptura se vende desde arriba, en las escuelas de arte, en los vídeos musicales de la MTV. La música electrónica que en un tiempo fue el paradigma de la experimentación sonora se consume por esa gran clase media deseosa de comprar ruptura, de comprar rebeldía y de comprar ese trozo de transgresión que dé un poco de riesgo a una vida completamente aburrida y clasificada.
Tal vez hoy en día, transgredir sea lo menos transgresor y más estereotipado que hay, y los discursos realmente transgresores no los vamos a encontrar en donde cabría esperar, sino detrás de una capa de normalidad y cotidianidad asombrosas, en las cosas aparentemente mas inofensivas, mas clásicas, en los que se han mantenido en la opacidad. Llamesmosle punk de nuevo, indie, pop etc... todo eso que se llama igual pero que no es lo mismo, se encuentra ahí escondido entre cientos de cosas que se llaman también pop, punk, indieloquesea. Las nuevas etiquetas, los grandes gestos rupturistas nos hacen desconfiar, casi siempre tienen detrás una gran marca. En los setenta Los Ramones nos enseñaron que para poder hacer algo nuevo había que volver a hacer lo mismo de siempre.