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1991-2013 From the year that punk broke to the year that punk was cannibalized by hipsters

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Veintidós años desde que Kurt Cobain, Sonic Youth y compañía revivían el sueño de la generación beat, la psicodelia y el punk en medio de la era Bush, el derrumbe de la URRS como alternativa real, y el comienzo de la cultura rave. El neoliberalismo y el conservadurismo habían ganando la batalla después de una guerra continuada contra todo lo que la revuelta juvenil de los 60 había estado a punto de lograr. El punk fue el esperpento de una derrota y después de él la música que pretendiese salirse de lo establecido estaba condenada a la marginalidad y a los tugurios de dementes y enfermos mentales de todo tipo. 


La música durante los años 80 se radicalizó en un mundo en el que no había lugar para lunáticos: hardcore, hip, hop, trash, death, gothic, speed. Era la hora de la desesperación, de la psicosis marginal de los que no fueron incluidos dentro de la normalización general.  La juventud había sido integrada en el common sensede la nueva familia americana, moderna y tradicional a la vez, y la música pop sólo era capaz de representar un papel integrador en el que el futurismo, el fin de la historia y el capitalismo coincidían.



Es como si el punk hubiese sido una batalla ganada y perdida a la vez contra el mainstream y contra el poder, ganada en las barricadas, en los barrios marginales, en las okupas, y perdida en la cultura pop, en la clase media e incluso en la clase baja, en esa masa crítica capaz de perturbar realmente el orden establecido. Pero a la vez el arrinconamiento del punk entre los residuos de la sociedad era una manera perfecta de eliminar a los fracasados en la nueva sociedad de la competencia extrema, el culto al cuerpo y la anulación crítica. Todo lo que no encajaba llevaba inexorablemente a ese vertedero donde la autodestrucción haría el trabajo sucio,  como si fuera un campo de concentración contracultural.




A mediados de los 80 se llegó a vivir en un mundo en el que los Beatles o Pink Floyd empezaban a ser revindicados sólo por los desequilibrados, el rock y el pop comenzó a normalizarse por una nueva juventud de pelo corto que aspiraba a tener una vida cómoda, sin las preocupaciones político-filosóficas que tanto habían atormentado en los sesenta, y entregada completamente al hedonismo más conformista. El futuro ya había llegado, un mundo de informáticos y economistas estaban dispuestos a dirigir nuestro futuro, el arte, ¿qué es el arte? diseño y publicidad, para qué complicase tanto la vida.



En 1989 todo funcionaba como tenía que funcionar,  teníamos un Papa popular entre la juventud, la gente de izquierdas se dió cuenta que el comunismo era un fraude y hasta los propios rusos se dieron cuenta. Cosas como el feminismo o el anarquismo eran antiguallas (si, algo así como piensa un cerebro medio espectador de intereconomía), la postmodernidad era capaz de asimilarlo todo, la identidad era una cuestión estética, no hay fondo, no hay discurso, cada uno es lo que lleva puesto. En medio de una época en la que el proletariado y los movimientos subversivos eran destruidos a base de violencia y heroina (una de las causas de que hoy en día ya no volvamos a tener derechos), la juventud disfrutaba de su banalidad.

             De aquellos barros vienen estos lodos

Mientras se estaba preparando el caldo de cultivo para que los desahuciados sociales tuviesen una posibilidad de empañar ese mundo tan coherente e insustancial. En los años 80 había estado creciendo hasta un punto crítico ese campo de exterminio lleno de desechos sociales, dispuestos a perturbar ese mundo normalizado,  haciendo explotar lo que durante años había estado vetado, extirpado de la juventud, y devolviéndolo a la cultura popular juvenil.

Sonic Youth como referente lideraban un proyecto de demolición y anormalización de la cultura popular, eran lúcidos, y eran conscientes de que había que replantear los postulados de la juventud de los 60 desde una perspectiva punk, y que el punk debería volver a salir de las cloacas para dar un golpe de efecto en la adormilada cultura juvenil. Ni el arte, ni la vanguardia, ni la autenticidad del punk por si solos valían ya, el problema era que la música peligrosa influyese en la cultura popular y así poder difundir la necesidad de una revuelta juvenil. 
El mundo que había sido desterrado tenía un hueco por donde penetrar y mostrarse a una generación entera.  Sonic Youth fueron artífices de un ataque desde abajo hacia arriba, de un ataque sin precedentes, ya que ellos fueron cómplices del fichaje de Nirvana por RCA y de que el mundo alternativo se confabulase por unos meses, minutos, o segundos por una disparatada revuelta de unos freaks condenada al fracaso.





A los grupos alternativos les agradaba subir a lo más alto y ser reconocidos por el gran público y a la industria le agradaba tener un nuevo movimiento a sus disposición con el que renovarse y darse credibilidad. Los 60, el punk, la psicodelia convivieron con el  mainstream en medio de una época ajena a todo esto, pero entre medias de decenas de mediocridades se colaban discos extravagantes y excelentes, todos querían dar su versión de una nueva contracultura y tal vez aspirar a crear un nuevo Tago Mago o un nuevo Dark Side of the Moon.


  



Si la música a lo largo de los años 90 había tenido su fracasada pero fructífera lucha contra el sistema, la lucha social fue paralela, y poco a poco se fue creando una cultura alternativa a nivel global. Los movimientos sociales aplacados durante los duros años del neoconservadurismo de los 80 y primeros 90 comenzaron a reestructurarse más allá de las tradicionales luchas obreras. Movimientos como la anti-globalización con hitos como la Batalla de Seattle, el movimiento queer, los nuevos feminismos paralelos al movimiento Riot grrrl, o el grupo político-filosófico Tiqqun, son algunos ejemplos de que algo estaba empezando a pasar mas allá de la vieja contracultura y la vieja izquierda. Sin embargo, estas cadencias se fueron canalizando por lugares que poco tienen que ver con lo que hoy en día llamamos underground, y esto se explica por lo que explicaremos a continuación.


El mainstream no tardó en volver a la normalidad, y en pocos años el dominio ideológico heterocapitalista, un modelo de salud mental y física muy concretos y la falta de ambiciones artísticas en el pop más allá del éxito, fueron tomando de nuevo la hegemonía.
Por esta razón el mainstream y el underground volvieron a separarse pero solo formalmente,  ya que durante los 00 asistiremos a un curioso fenómeno. El indie era algo aceptado y controlado por el mainstream, algo así como su cara B, su lado exquisito y arriesgado, por lo tanto, todo el que quisiese innovar, incomodar, salirse de la norma, debería posicionarse estilísticamente e ideológicamente dentro del underground, y para ello el referente de todo aquello comenzó a ser toda la música que se había gestado durante esos años previos a la explosión de lo alternativo. Por lo tanto se generó un underground impostado que revisionaba el pasado desde una perspectiva ajena a la historia, idealizando estilos, grupos, géneros, modas, sin tener en cuenta la marginalidad, la miseria, la insignificancia y el desprecio y animadversión que estas posturas implicaban entre sus contemporáneos.  El término hipster sufrió una inversión, generando un movimiento pseudounderground que tomo las riendas de la mayor parte de la juventud de clase media de principios del siglo XXI.  Grupos como The Fall, Pere Ubu, Daniel Jonhston, podían ser citados en cualquier conversación musical de tono elevado y sin embargo años atrás eran grupos de psicópatas, borrachos y excluidos sociales. El tono crítico es rebajado al escepticismo y al cinismo que se confunden con la ironía. La política y la lucha social son vistas desde la perspectiva de un joven acomodado de profesión liberal que pretende ser mas crítico y anti-todo que los militantes políticos que salen a la calle, por eso a partir de los 00 encontramos una desgarramiento entre los movimientos que siguieron siendo parte de los excluidos y el pretendido underground que pretende ser la última palabra en el buen gusto y la distancia.

   La Vice cachondeándose de Occupy Wall Street, dejando claro que ellos representan al 1 por ciento
                                        
Tal vez en el presente de 2013 el verdadero underground no tenga nada que ver con esa impostada pretensión de innovar, de ser marginal y diferente. A veces esas pretensiones no forman parte nada más que de un juego de máscaras que esconde un fondo de conservadurismo y una necesidad de mostrar un estatus. La "diferencia" a veces no tiene que hacer ningún esfuerzo por diferenciarse, y tal vez el juego al que nos enfrentamos en esta época grosera de imágenes sonidos y publicidad facilmente reproducibles está en lo sutil, en los matices, no en los grandes rasgos que nos igualan. El gran problema del seudoundeground hispter es el de querer reproducir eso que hace que algo sea diferente, creando un monstruo de la "diferencia", un mercado de la "diferencia" que acaba siendo pura repetición.


 En poco tiempo nadie se acordará de ellos, pero ellos siempre pensarán que hueles mal


Cada vez más escucho sin complejos a Dinosaur Jr, Sonic Youth, Pixies, Nirvana, Yo la Tengo, Mudhoney, Husker Dü y toda esa generación que creció en la marginalidad e intentó introducir su singularidad en el pop, mientras veo como el underground hipster mira todo eso con desprecio y superioridad, pensando en la vulgaridad de esta música arcaica y primitiva y tachandola de excesivamente convencional, sin tener en cuenta que su territorio de exquisiteces contraculturales sólo es un parque temático en el que el mainstream deja a sus chicos rebeldes un lugar donde no puedan molestar y se sientan especiales. Un mercado underground, esa cara B que deja el mainstream en manos de David Guetta, Lady Gaga y Pitbull y se vanagloria con ese cinismo frívolo que le caracteriza de que cada uno esté en su lugar y que la música exquisita, la música pop (indie) sea la nueva música culta, la música de las élites que no quiere juntarse con la chusma. Por eso siento, que en realidad siempre estuve del lado de los que querían una revuelta adolescente y pienso que nunca debimos dejar de ser grunges, punks o lo que sea, a cambio de una modernidad tan aburrida, conservadora y anodina como esta.


  




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