Dos años después del 15M, nos encontramos que ese impulso que nos unió más allá de los sindicatos, de los partidos políticos, de las naciones, ha ido progresivamente hacia la necesidad de articularse de nuevo en las formas políticas tradicionales. Parece que esa espontaneidad de la multitud (hablando en términos de Negri), haya dejado de ser multitud singular que afirma su diferencia, pasando en cierta manera del "no nos representan" como una afirmación que diría "nadie nos va a representar a partir de ahora", al "no nos representan" como una queja que diría "queremos otros representantes".
Y es que dos años después parece que poco a poco las banderas vuelven, los sindicatos vuelven y la amenaza de la política tradicional también. Como diría Deleuze, los flujos han sido codificados y los territorios desterritorializados han vuelto a ser reterritorializados por la máquina estatal, o en otras palabras, los discursos no asimilados han sido reapropiados por el discurso hegemónico y en consecuencia las plazas se han vaciado de gente solitaria, de singularidades unidas por su diferencia y se han adscrito a grupos reconocibles donado su voz a un tercero que habla por cada una de nosotras.
Los grandes representantes de la opinión pública que en un primer momento aparecían desconcertados con una situación en la que no sabían donde meter algo inclasificable, ya pueden hablar con seguridad, ya pueden usar sus clasificaciones desde donde definirnos, desde donde te dicen a donde perteneces: a las del 15 M buenas o a las antisistema, a españa o a cataluña, a las católicas o a las ateas.
Tanto la izquierda como la derecha han ganado después del 15 M, aún así, la derecha ha ganado por no sé cuantos millones de votos. Pero lo mejor de todo, es que cada una hace lo que se esperaba de ella, ¿O tal vez eso es lo peor?